El
personaje principal del libro es un errante solitario que viaja por los
desiertos de norteamérica en busca de quién sabe qué objetivo, sobreviviendo
ante quienes intentan hacerle daño, haciendo un poco de justicia en un mundo
apocalíptico. Aquí no hay tiempo ni una trama, es un relato abierto plagado de
simbolismos. En una entrevista se le pregunta directamente a Wilson sobre el
protagonista del libro:
“- Creo que sí. Estamos todos solos, disfrazamos y disimulamos esa soledad con historias de comunidad y empatía, y mucho pero mucho lenguaje, pero en realidad estamos solos. El remezón ante la naturaleza que mencioné se trata de eso, volver a tener esa lucidez y dejarse reducir a la expresión mínima”.
Wilson afirma
haber sido influenciado, entre otras cosas, por un libro para escribir el suyo.
En una entrevista con La Agenda Buenos Aires menciona “El libro de Enoc”, texto
que fue parte de la Biblia, pero no incluida en ella. Si uno busca en internet
puede ver que este libro trata sobre:
“los
orígenes de los demonios y gigantes, y por qué algunos ángeles cayeron al
cielo, así como una explicación de por qué el diluvio, como es narrado en el
Génesis, habría sido moralmente necesario, y una exposición profética del
reinado de mil años del Mesías”.
El escenario
desolador que nos muestra Wilson, donde una secta y otros grupos de gente van
destruyendo, como una plaga de langostas que destruyen todo a su paso en busca
de alimento, es ideal para la llegada de un diluvio, o el fin de los tiempos,
donde se supone que se barrerá con el mal en la tierra.
En una entrevista
se le pregunta a Mike Wilson si puede recomendar un libro, y él indica el
cuento “El joven Goodman Brown” que, en pocas palabras, trata de un hombre
religioso en una pequeña aldea de Nueva Inglaterra que es conducido por su
curiosidad a participar en un aquelarre. El cuento fue escrito en 1835 por
Nathaniel Hawthorne. Yendo un poco más allá del aspecto sombrío del relato, el
texto tiene un tono moralizador sobre el peligro de la tentación. Esta
tendencia de Wilson por los temas religiosos y diabólicos pareciera hablar de
un escritor curioso por el camino en el que se desciende hacia el infierno.
En un artículo
que Wilson escribe, encontramos otra tendencia hacia lo desconocido. Wilson se
acerca a un Wittgenstein (de quien escribió un libro también) que cree que el
lenguaje y las creencias tienen un límite ante el fenómeno de la vida. Aquí un
extracto de cómo cree que la ciencia no puede atrapar el fenómeno de la vida
entero:
“A Wittgenstein le parece que La rama dorada (libro de Frazer) es una estupidez, un ejercicio dogmático incapaz de entender las diferentes formas de vida y que no hace más que arrojar una luz anómala sobre algo que no le pertenece a la ciencia antropológica. Frazer pretende subordinar la magia, la religión y los ritos a lo que él llama ‘culturas primitivas’ y arrastrar identidades enteras a su esfera de (in)comprensión, para, así, clasificar lo que no le corresponde. Impone ciencia donde no la hay”
Vemos, entonces,
nuevamente la tendencia hacia el misterio de la vida, hacia la religión y lo que
escapa a la certeza y el conocimiento; la secta, la lepra, los jeroglíficos y
las figuras que evocaban dioses naturales, los sueños reveladores, el chivo
parlante, etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario